Serendipity (Relato ganador)
Hete aquí el relato ganador y con cuyo autor tendré el gusto próximamente de compartir un café. Obvia decir que ni una coma he tocado.
Gracias al resto de participantes, os contactaré para pediros permiso y publicar algunos de ellos.
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Fue un viernes. Lo sé porque muy a mi pesar soy un tipo de rutina, y tengo claro que es los viernes cuando el chino de enfrente al trabajo abre más tarde. Nunca le pregunté por qué. No suelo preguntar "por qué" a nadie, a pesar de mi insoportable curiosidad. Tampoco te lo pregunté a vos esa noche. Ni los volví a ver.
Cuando nos cruzamos en aquel evento de Marketing, tan impecablemente vestida, tan tentadora con tu escote elegante, tan full of mischief, me costó reconocerte. Habían pasado veinte años casi. Nos dimos dos besos, recordamos tus salidas de botellón con mi hermana, mi pubertad y mis hormonas tan notoriamente alteradas por todas aquellas amigas de Ceci. Y por vos, más que nadie. Aunque en aquel entonces eras otra, éramos otros. Pero nos dimos dos besos y tu perfume seguía siendo el mismo. Y me seguía provocando los mismos nervios, la misma tensión interna, el mismo torrente de sangre a cada rincón del cuerpo. Como las inolvidables cosquillas en la nuca que me dieron aquella vez que te espié, con mis trece años recién cumplidos, mientras te ponías el bañador para ir a la playa.
Pero ahora éramos otros. Y conversamos como si no hubiera pasado el tiempo. Y hablamos del ayer pero también del hoy. Y cada vez que te acariciabas la boca suavemente, mientras me escuchabas, hacías que me temblaran las manos.
La palabra clave era "serendipity". Parecía de locos encontrarte dos días después de mudarme, ya separado y en proceso de divorcio. La cabeza, que siempre se me vuela, me sugería ideas cursis de destino y romance. El cuerpo mientras tanto hervía en adolescencia en diferido, mientras miraba tus pantorrillas y sentía casi casi la suavidad de tu piel.
Entonces se terminó el café, sonaron los móviles, apareció la realidad. Y en un súbito e inusual ataque de valentía te di los dos besos de cortesía y te susurré al oído.
-- Cortázar. Rayuela. Capítulo 7. Quiero darte cada letra, mi amor.
Y me fui, electrificado y levemente satisfecho conmigo mismo. Pero sin esperanzas.
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Tu llamada me llenó de alegría. Quedamos para cenar en mi casa. Vos escogías el vino, y yo preparaba un asado de corte uruguayo, como los que te gustaba comer antes, en nuestra otra vida, cuando venías a casa. Cada instante y cada hora quedó en mi memoria, grabando a fuego un encuentro indeleble, confuso y vertiginoso.
Apareciste en el umbral de la puerta puntual como siempre. Con un escote maravilloso y una sonrisa interminable. Le hacías un favor a ese vestido con tus curvas y tu andar y tus aros tan españoles. Me sonreíste con los ojos y diste un paso. Nos abrazamos con suavidad y con ese erotismo que casi está extinto. Fue un abrazo que prometía placer.
Dos minutos después tocó timbre él.
Pasamos la siguiente hora riendo, brindando y disfrutando. Iluso yo, te había esperado con Chet Baker sonando suave de fondo y esperando una noche de seducción. Mantenía el tipo - sabés que me enseñaron a ser un buen anfitrión - pero por dentro no encontraba explicación al por qué. Por qué no mencionar a tu pareja. Por qué jugar conmigo así. Llegué a la conclusión inequívoca de que en el fondo te seguías riendo de mi, como lo hacías cada vez que a mis quince se me inflaba el chándal con erecciones feroces.
Y entonces, de la nada, te quitaste los zapatos y te pusiste a bailar.
Tu pareja no pareció sorprenderse. Sonreía, cómplice, sin quitarte los ojos de encima. Enamoradísimo.
Ya en el sillón ambos te mirábamos, hipnotizados por el vaivén de tus caderas sin fin. Sentí que se me secaba la boca y serví más vino. Vos seguías en tu mundo, de canción en canción, mientras tus manos flotaban en el aire mientras Dinah Washington decía sugerente "Teach me, tonight". Y así, con esa plástica y naturalidad, te quitaste el vestido. Ahora sí tus ojos volaban de hombre en hombre, haciendo que los dos nos sintiéramos únicos atrapados en el instante. El sujetador fue para él. La braga para mi. Recuerdo como si fuera una foto el instante en que cayó sobre mi regazo. Tu mano en la mía. Tu "ven", dicho con tal suavidad que parecía un ruego cuando en realidad - y lo supe perfectamente - era una orden.
Para cuando llegamos a mi cama ya estaba desnudo. Los pasillos habían sido testigos de mil besos. Ya te había puesto de espaldas a mi y había bajado serpenteando con tu espalda hasta hundirme entero en tu culo y tu sexo, lamiendo indistintamente, aprendiendo tu sabor. Creo que mi habilidad con la lengua te tomó por sorpresa. Tanto que te corriste en mi cara, humedeciéndome todo, mientras temblaban tus rodillas.
Ahora era mi turno. Me colocaste boca abajo y me llenaste de caricias y besos. Y mordiscos, indispensables. Me retorcía de placer mientras tu lengua se metía entre mis nalgas y mi sexo. Mientras te llenabas la boca.
-- Si hubiera sabido que tenías una polla tan grande te hubiera llamado antes, dijiste muerta de risa. ¿Verdad mi amor?
Ahí fue el momento, creo, en que me di cuenta lo que estaba pasando. Parece estúpido confesarlo, pero todo lo anterior había sido una nebulosa de pasión en la que no había reparado que los dos, tú y él, me estaban follando. Ahí cuando sentí el ruido de tus besos y una tercera mano en mi espalda. Permanecí boca abajo, rendido. Primera sorpresa.
Me dejé disfrutar y besar. Sentí las manos y los cuerpos sobre mi. Sentí las lenguas cruzándose, inseparables, llenando mi sexo de saliva. Entonces me di vuelta. Quería verlos. Ver su boca en tus pezones durísimos. Ver como se besaban mientras me recorrían de arriba a abajo. Saber de quién y cuando venían las arcadas de comerme hasta el fondo.
Entonces lo besé. Segunda sorpresa. Tu cara de puta, en el mejor de los términos, disfrutando mi transgresión fue maravillosa. Lo besé y me comió el cuello mientras sentía como frotabas nuestras pollas. Como te las metías en la boca, te las pasabas por la cara. Te pusiste detrás de él y me mordiste la nuca mientras lo pajeabas salvajemente. Besos de a tres, caricias, ternura y locura en un colchón. Ahora éramos vos y yo los que le abríamos el culo. Me pediste que lo escupiera y le metiera un dedo, mientras te comía el coño. Hice caso a cada instrucción y a cada solicitud. Vos nos ibas moviendo y balanceando, haciéndonos dominantes o sumisos, dándole al otro instrucciones precisas de como dar placer. Nos dirigías con maestría entre gemidos y resuellos.
Él se tumbó boca arriba y se metió mi polla dentro. Evidentemente no era la primera vez. Entró entera, demasiado fácil, mientras vos sentada sobre su cara me enseñabas la presión y ritmo exacto que tenía que hacer para masturbarlo. Yo tocando una polla. Increíble.
Después de varias embestidas tuve que detenerme. No quería acabar. No quería que aquello acabara. Y quería follarte. Así que te pusiste en cuatro y me regalaste con el paisaje de tus curvas, de tu sexo empapado, de tu vello, de tu calor. Y mientras te metía la cabeza iba sintiendo el roce prohibido de una polla entre mis nalgas. Abriéndome, calentándome. Descubriendo en mi interior un hambre voraz de aprender a sentir. De experimentar la leche llenándome, goteando sobre mi propio sexo. Pero todavía no, por favor, que no termine. A follar y que me follen.
Se sucedieron los besos, las caricias, las posiciones y los goces. Nos tuviste a los dos dentro de tu coño, frotándonos todos en íntima sintonía. Acabaste una y otra vez. Te tocaste mientras él y yo nos besábamos y nos turnábamos.
Para cuando volviste del salón con tu copa de vino estábamos ya extasiados en un 69 magnífico. Yo no sabía muy bien lo que estaba haciendo, pero en sus gemidos y en su cuerpo erizado leía resultados positivos. Le comía los huevos mientras lo pajeaba y lo frotaba contra mi pecho insoportablemente peludo. Te tendiste al lado mío para besarme y hundiste tu cabeza en su culo. Compartimos miradas y sonrisas mientras lo escuchábamos gritar de placer y estremecerse. Mientras se metía toda mi polla en la boca con su enorme maestría y me metía dos dedos en el culo. Nunca me calenté tanto. Y cuando la primera gota de semen me salpicó la lengua mi cuerpo se desvaneció en el orgasmo orgasmo más intenso de mi vida.
Rendidos, hasta diría que enamorados, nos quedamos los tres besándonos, bañados en texturas, sabores y aromas sexuales. Intercambiando caricias y placeres.
Y brindando una vez más por los reencuentros.
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Buscaba serendipity y me encontré con ustedes.
Tu braga quedó en el sofá de mi casa como recuerdo. Como prueba de que no había sido un sueño.
No los volví a ver y creo que no hizo falta. Hay momentos que, incluso juntando todos los ingredientes, no pueden repetirse.
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