Helena 2.0

18.02.2020
Hoy os invito a leer un relato redactado por un amigo/ cliente / amante, yo sólo le he dado un breve giro a la trama para que tuviera algo de mí... Muaks!!

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Una pareja invitó a un viejo amigo a cenar, un compañero de ella de la universidad. Veinte años pueden ser muchos pero él se encontraba igual, el mismo rostro aniñado de no haber roto un plato. Habían sido compañeros de estudios y prácticas pero ella nunca lo había visto como nada más, aunque si que se había dado cuenta como a veces había esas miradas con las que un hombre observa furtivamente a una hembra atractiva con deseo.


Helena siempre había sido una mujer hermosa pero el paso de los años la había bendecido con un cuerpo rotundo, con curvas de esas que provocan lesiones cervicales y él, que la recordaba muy bien porque no dejaba de reaparecer en sus sueños, no podía dejar de mirarla de arriba a abajo. Ella estaba allí, sonriente, hablando de anécdotas compartidas y ajena al deseo que el tirante del sujetador que se veía en su hombro estaba generando. Como decía una vieja canción, el fuego está encendido... la leña arde, pero no sabía cómo decírselo ni si debía porque estaba con su pareja y en su casa. 


- "¿De que talla será ese sujetador?", se preguntaba mientras intentaba concentrarse en recordar que eran su amiga Helena y su pareja, pero no dejaba de venir a su cabeza la imagen de ella vistiéndose, justo antes de ponerse ese vestido verde. La veía de pie frente un espejo, sólo con su ropa interior y admirando su propia belleza antes de continuar. En ese momento no podía ponerse de pie o tendría que inventar alguna buena excusa para la erección que sin duda se notaría. "Demonios, ¿en qué estaría pensando cuando me puse este vaquero tan ajustado?", se dijo. Cuando fuese al servicio tendría que darse un desahogo... uffff Afortunadamente ellos parecían ajenos a lo que estaba sufriendo aunque le pareció que ella le miraba alguna vez pasando su mano por el borde del escote de su vestido. Se insinuaba una preciosa copa de encaje del sujetador. No podía dejar de mirar y otra vez le asaltaba el pensamiento de lo bien que la naturaleza había tratado a su amiga. Seguro que ella notaba como la miraba pero no parecía que le molestase.


Aquello era una tortura, y no hizo más que empeorar cuando tomando el café, el marido de Helena se levantó y se fue al salón para ver cómo iban Nadal y Djockvic. Ella se acercó a su lado y mientras continuaban la conversación pudo asomarse al delicioso balcón mágico de su vestido. Pensó que otra vez estaban como en la universidad, tan cercana y tan inalcanzable. Sentía su calor, sentía su cuerpo tan próximo, su boca, sería tan fácil hacerla callar con un beso... No aguantaba más, tenía que salir de allí y estaba más que dispuesto a hacerse una paja en el baño de la casa de sus amigos.


Le dijo que necesitaba ir al servicio, no le importaba lo que ella pudiese notar. Se levantaron y ella le cogió por el brazo para acompañarlo. Era un contacto inocente pero a él lo volvía loco, esa mano le quemaba el brazo y sentía su verga completamente erecta dentro del pantalón. La hubiese follado allí mismo en el pasillo delante de un espejo grande que había. Ella le dijo que el servicio para las visitas estaba estropeado y tendría que utilizar el de su dormitorio. No daba crédito, que suerte la suya y además ella empieza a enseñarle la habitación, la cómoda, el armario, la cama. En fin, si no lo dejaba solo pronto le daría un desmayo, aquello ya era demasiado. "Si necesitas algo, dímelo" le dijo ella mientras la veía marchar por el pasillo contoneando sus caderas, quizás demasiado? Lo que necesito tendré que hacerlo yo solo, pensó mientras cerraba la puerta.
Por fin un momento de tranquilidad, se bajó el pantalón, el boxer y se sentó. No le sorprendió lo que vio. Era perfectamente consciente de su propia erección y allí estaba su polla, porque era el nombre que se merecía en aquel momento, lista para lo que fuese. Unas gotas asomaban por el glande, caliente y purpura de pura excitación. Sabía que sería una paja breve, estaba tan excitado por ella y por la situación que casi tenía miedo de correrse sin llegar a tocarse. Tampoco le importaba, aquella situación daría para más ocasiones, decidió cerrar los ojos y disfrutar el momento. En ese momento la puerta del servicio, que no cerraba bien, se abrió y desde donde estaba sentado pudo ver la habitación de Helena. Sin darse cuenta, como si una fuerza irresistible lo arrastrase, se puso de pie y entró.


Era una locura, allí estaba de pie empalmado en el dormitorio de sus amigos, pero había visto algo. Algo magnético, hipnótico, algo que nubló sus sentidos sin remedio. Un cajón de la cómoda estaba abierto y un sujetador de encaje verde colgaba por el borde. La gustaba la lencería sin considerarse un fetichista pero en ese momento el misterio y el morbo desbordaron sus barreras y cogió aquel sujetador. Buscó la etiqueta con la talla y cuando la encontró no daba crédito a lo que veía, 95 H, aunque no le sorprendió.


Todo podía haber acabado allí pero no pudo resistirlo y empezó a mirar que más había. Helena tenía muy buen gusto para la lencería, había conjuntos de encaje, algunos de satén, negros, de colores. Había perdido la noción de la realidad cuando una voz femenina lo hizo quedarse helado de pie donde estaba, con un tanga azul en la mano y la otra acariciando su falo: "Sabía que te gustaría mi habitación tanto como siempre te gusté yo"
Él se quedó paralizado consciente de la situación pero qué demonios después de haber llegado hasta allí le daba todo igual. Aunque perdería dos amigos y quizás terminase en comisaría aquella era una oportunidad que definitivamente no podía dejar pasar.


Se giró hacia ella y miró directamente a sus preciosos ojos verdes mientras seguía acariciándose el miembro que parecía a punto de estallar. Ella se acercó muy despacio sin decir nada y cogió unas medias negras de seda del cajón. Él abrió la boca para intentar decir algo pero ella le hizo una seña de que se callase. Se acercó por detrás asegurándose que sintiese sus grandes pechos en la espalda. Le ató una media en los ojos y le susurró al oído: "no te muevas", mientras con la otra media le ataba las manos a la espalda. Empezó a frotarse muy despacio contra su cuerpo. Podía sentir su calor y sus pezones duros. Ella no decía nada y a él estaba volviéndolo loco de deseo.


Helena sabía que aquello no duraría mucho, estaba demasiado excitado y su marido podía echarlos de menos a los dos en cualquier momento, pero también sabía que solo sería un comienzo. Siempre supo que él la deseaba pero nunca se imaginó lo que escondía, y lo que veía entre sus piernas, grueso y palpitante, era algo que no dejaría sin probar más de una vez. Quería aquella polla en su boca, quería aquella polla en su coño, quería aquella polla en su culo aunque lo reventase.


Y todo esto lo pensaba mientras daba vueltas a su alrededor en silencio. Él estaba allí quieto, esperando que sucedería a continuación. Sentía que se movía a su alrededor y por los pequeños susurros de tela y un rumor de cremallera imaginaba que se estaba desnudando. Entonces ella comenzó a hablar en voz baja:
-"¿Cómo has podido esconderme ese tesoro durante tantos años?. ¿Y entrar en mi habitación, revolver mi cajón de lencería?... Si querías saber mi talla solo tenías que haber preguntado... Te mereces un pequeño castigo."
-"Sí, cierto -contestó- ¿y qué piensas hacer conmigo?".
-Hoy, no dejarte terminar a ti lo que estabas empezando. Mañana o pasado ya veremos que se me ocurre, pero será un castigo muy placentero porque pienso disfrutarte en todos los sentidos.Y después de decir esto Helena se arrodilló ante él. Estaba relamiéndose los labios pero él no podía verlo. Aquella era una polla hermosa, recta, algo larga pero lo que más le excitaba era su grosor, sus venas y su glande, estaba depilado completamente y estaba deseando comerla toda.
Apoyó sus manos en los muslos y comenzó a besarla, desde la base hasta la punta. No daba crédito, el calor que desprendía, lo dura que estaba. A través de sus manos notaba su tensión cuando comenzó y decidió ser directa, quizás no habría ocasión de más, podía correrse en cualquier momento o aparecer su marido, así que comenzó a chupar con ansia a aquel tronco.
Solo con la boca, quería tragársela hasta el fondo. Aunque era muy gruesa ella era una mujer experimentada, y con la excitación que tenía podría con todo. Sentía su coño encharcado e imaginar aquello dentro aún la excitaba más. Empezó muy despacio, y mientras seguía apoyada en su pierna con una mano con la otra empezaba a frotar su clítoris, necesitaba correrse. Fue cogiendo ritmo, arriba y abajo, sentía aquel glande grueso en el fondo de su garganta, las venas en sus labios mientras por las comisuras de su boca tragona caían chorros de saliva. De repente comenzó a sentir como aquel mástil aún se ponía más rígido y él hacía un esfuerzo terrible para no gemir: iba a correrse. Agarró sus huevos con la mano y de repente... esa dureza máxima, ese espasmo de placer y una explosión de leche caliente en su boca mientras él que había conseguido soltarse las manos agarraba su cabeza. No hacía falta porque no pensaba soltar aquella presa hasta sentir salir la última gota de su lefa caliente mientras frotaba su coño, se corrió al instante y fue tan fuerte que sintió que casi se desvanecía, sintió esa pequeña muerte del orgasmo real.


Cuando consiguió recuperar un poco el control se sentó en el suelo frente a él. Mientras intentaba recuperar el aliento, él cayó al suelo de rodillas y se quitó la media de los ojos. Y entonces pudo verla allí en el suelo, abierta de piernas frente a él de un modo descarado y obsceno, el coño mojado, su boca entreabierta manchada de su semen y un pequeño charco en el suelo entre los dos.
-"¿Qué hacemos ahora?, le dijo ella, ¿has visto cómo me has puesto?. Voy a necesitar algo más, mucho más pero tendrá que ser otro día. Ese tesoro hay utilizarlo durante mucho tiempo."
-"Por supuesto, Helena, llevo deseándote desde hace tantos años... y después de esto tampoco puedo quedarme así pero ahora mejor será que volvamos."


Se vistieron lo más rápido posible y volvieron al salón. Aparentemente el marido de Helena no se había enterado de nada, él no daba crédito porque no habían podido lavarse y el olor a sexo de ella era muy intenso. Pero lo que él no había visto era como Helena le había guiñado el ojo a su marido al volver. 


La velada siguió tranquilamente hasta que él decidió marcharse a casa. Lo acompañaron a la puerta, y se despidieron con unos formales abrazos. Apenas habían cerrado la puerta, cuando el marido de Helena la agarró por las caderas y acercándola hacia sí, le dijo
- "Ya sabía yo que no teníamos que tirar nunca las cámaras de vigilancia de cuando nuestros niños eran bebés...Ven aquí que te folle, puta..."


Marina

Blog de Marina Costa. Escort en Madrid